Poe es uno de mis cuatro escritores más queridos, con Bernhard, Borges y Conrad; a los que añado Foix, y son cinco; uno de los frasquitos mágicos —uno de mis cinco predilectos— donde conservo las esencias que necesito inspirar con una cierta frecuencia si quiero mantener el tono.
De momento, de estos escritores solo me he atrevido a llevar a uno a la tela: Edgar Allan Poe, posiblemente, de los cinco, el que tiene más poder de sugestión sobre la imaginación de un contemplativo inclinado a los pensamientos negros. De todas las obras de Poe, me quedo sobre todo también con cinco, lo que no significa, por supuesto, que rechace las otras: tres relatos, La caída de la Casa de Usher, Ligeia y Silencio, y sus dos poemas-relato más famosos, El cuervo y Annabel Lee. Únicamente las dos primeras de estas cinco, hasta ahora, han generado pinturas mías, aunque Silencio pugna ya intensamente por convertirse en colores digitales, mientras que el Cuervo, por su parte, “fijo, sigue fijo en la escultura, / sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura…”, esperando el momento en que me decida a hacerlo aparecer en mis cuadros.
Este primer apunte sobre la pintura que me ha inspirado Poe tiene como protagonista a la Casa de Usher, saga poseída por el mal y la locura, y a la vez casa en que el mal y la locura han cobrado presencia física, material. El siguiente lo dedico a las tres pinturas basadas en Ligeia.