Elaboré el dibujo original de este cuadro y el óleo subsiguiente en 1983, pero el óleo no sé dónde para y no conservé ninguna otra indicación sobre los colores, ni tan solo algún recuerdo consistente, de modo que el coloreado actual es totalmente de nueva confección. El tema —que me vino sugerido por la pintura misma, una vez hecha— es que había alguien dormido en una habitación de un castillo o acaso encerrado en la celda de una prisión, que soñaba con una ciudad de ensueño. Lo cual, bajo la influencia de la fenomenal serie de televisión Los Tudor, que vi de una tirada hará cosa de un año, lo he concretado así: se trata, en efecto, de un utopista encerrado en la Torre de Londres por el rey Enrique VIII, que sueña, efectivamente, con su ciudad ideal. Pero no es en absoluto Tomás Moro, que efectivamente era un utopista y estuvo encerrado en la Torre de Londres antes de que el rey lo hiciese matar, porque el personaje no me acaba de caer bien; no me caía bien antes —¿remoto y negativo poso de la película Un hombre para la eternidad, que vi de niño?— y todavía me cayó peor tras ver la serie, donde lo pintan más o menos como un fanático bastante hipócrita; sin duda este santo de las dos iglesias no lo era de la devoción de Michael Hirst, el creador y guionista de Los Tudor. A quien me imagino en el interior de la Torre, soñando con ciudades de ensueño, es al predecesor de Moro en el cargo de lord canciller de Inglaterra, el cardenal Thomas Wolsey; y no sé por qué me lo imagino a él, porque Wolsey nunca estuvo encarcelado en la Torre ni el rey lo ordenó ejecutar ni fue un utopista, sino un político muy aferrado a las cosas de este mundo, sumamente hábil, ambicioso e intrigante como el más intrigante de los políticos; o de este modo, al menos, lo retrata Hirst.