Uno de mis ciclos históricos de lecturas ha sido —o mejor dicho, fue— el ciclo artúrico de novelas de caballerías; unas novelas, o por lo menos las más conocidas de entre ellas, que en un tiempo leí con fruición. De la combinación festiva del ambiente medieval con una alta cuestión filosófico-psicológica como la que se ventila en la película de Buñuel El ángel exterminador —las prisiones mentales— surgió mi relato de caballerías La abadía del Rojo Fulgor, que hoy me he decidido a publicar aquí. Buscando temas para mi pintura, recordé la abadía y a sus liosos monjes, con el joven estudiante Elino, que hacía méritos para llegar a ser santo, y al caballero errante Bardoleán de Tánderos, que se enfrenta a los monjes para liberar a Elino, y en seguida me surgieron un par de temas que he bautizado con el nombre de la novelita, 1 y 2. Hay quien me ha dicho que la abadía del primer cuadro le recordaba el monasterio de Sant Cugat; ¡vaya imaginación!