Realicé el dibujo básico de la Bachiana durante el verano de 2017, sobre seis folios A4 en disposición apaisada, primero desde el centro hacia la derecha, la parte que denomino “Fuga hacia la derecha”, y luego desde el centro hacia la izquierda —o sea, la “Fuga hacia la izquierda”. El centro lo preside un “espíritu engendrador” como emisor de las dos fugas —reflejo lejano del conocido retrato formal de Bach, obra de Elias Gottlob Haussmann, que lo representa, ya sexagenario, con peluca blanca, ropaje oscuro y camisa blanca, más bien grueso; bastante diferente del hombre que treinta años antes, sin tanta formalidad pero también con peluca, había llevado a la tela Johann Ernst Rentsch.
Esta pintura no pretende ser una traslación de la inabarcable música bachiana. Surgió con “automatismo corporal”, por así decir, de mi inmersión en la música del Kantor (director del coro) de Santo Tomás de Leipzig de la mano de Sergio Pagán, realizador del programa “La hora de Bach”, de Radio Clásica de RNE, que durante un tiempo escuché casi a diario.
Los primeros que vieron el dibujo original —sin color— decían que aquello era un embrollo. Y sin duda es un embrollo, que solo el color vuelve comprensible. Mientras trabajaba en él tenía la sensación de que, como la música de Bach, podía no finalizar nunca. Concluí con los tres folios por lado porque de alguna manera había que terminar —pero el impulso era seguir y seguir. De hecho, algún día, con toda naturalidad, se producirá una expansión de la obra por los cuatro costados.
Seguramente la Bachiana es demasiado densa: una manifestación de horror vacui, lo acepto. Así es como, sin pensar, intenté que todo cupiera en un espacio limitado y, principalmente, muy bajo de techo; como traté de reflejar la impresión de plenitud y infinitud inherente a la música de Bach. Pero ya lo arreglaré (quizás) cuando lleve a cabo (quizás) la versión expandida.
Vea en los apuntes siguientes las dos fugas con más detalle.