Hará una veintena de años que escribí el relato Miola el gat autòmat damunt de la teulada (o, sin abreviar: Miola el gat autòmat damunt de la teulada, tristoi, mentre s’envola l’astronau i l’heroi plora l’amor de la robot d’ulls blaus, o sia, L’amic de Bixnar [Maúlla el gato autómata en el tejado, tristón, mientras se eleva la astronave y el héroe llora el amor de la robot de ojos garzos, o sea, El amigo de Bixnar]. Lamento haber sido incapaz de adaptarla al castellano). Más que un relato viene a ser una ópera fantástica sin música; dicho en términos monteverdianos, una “favola senza musica”; en resumen, una fábula a secas, pero construida verbalmente a imitación festiva de una ópera musical.
En el otoño de 2016, cuando decidí recuperar la olvidada afición pictórica trabajando con ordenador, me fijé como reto inaugural ilustrar algunos pasajes de textos fantásticos míos como este Gato. Lo que más me costó fue dominar los programas de dibujo y pintura, pero la inspiración y el gesto pictórico parecía que no me habían abandonado. Y es así como surgió He espiado el espacio a partir de la primera escena del primer acto de la obra, y poco más tarde De noche, en el templo, al que dedico el apunte siguiente.
Como en una especie de aria, el protagonista del Gato, Isidor, abre el acto entonando lo siguiente (traducido en prosa simple del original catalán más o menos versificado):
Me dijeron que el crepúsculo era una grieta entre dos mundos y yo me lo creí, estúpido de mi. Al alba y al caer la tarde, sentado ante el telescopio, he espiado el espacio, esperando quizás que un incendio pavoroso en las nubes, una explosión de estrellas en el corazón de la galaxia, un torbellino de sombras ominosas sobre el horizonte o un simple y modestísimo relámpago de vacío, rasgando sin estrépito los velos grises que cubren la ciudad, me indicasen el camino hacia la otra dimensión.